septiembre 06, 2007

4000 AÑOS DE CONTROL DE PRECIOS

Este es un ensayo que me envió Cristian Adárvez, un amigo mio. En 4000 años muchos gobernantes han impuesto controles de precios y regulado los mercados, pero nunca tuvieron éxito, porque las leyes del mercado y la ciencia económica son superiores a la voluntad del hombre, algo que este no puede dominar. Lean la historia.

“CUATRO MIL AÑOS DE CONTROL DE PRECIOS Y SALARIOS: COMO NO COMBATIR LA INFLACIÓN”.


“Tanto desde el punto de vista histórico como en la teoría y práctica económica se ha demostrado la ineficacia de los controles de precios para contener la inflación.
Si los controles de precios se extienden más allá de un muy breve plazo inexorablemente se estará frustrando el futuro de una economía sana. Porque dichos controles al impedir que la gente manifieste sus necesidades a través del sistema de precios libres, anula la señal más importante que tiene el empresario para innovar, descubrir, producir e invertir.
Un Estado con control de precios es un país con la libertad restringida, sin estímulo para el progreso, sin cabida para la iniciativa y la creatividad, del cual inevitablemente querrán fugarse sus mejores talentos, especialmente los de espíritu joven e innovador”.


Control de precios. 40 siglos de fracasos
Robert L. Schuettinger nació en Nueva York en 1936 y estudió en Columbia, Oxford, Chicago (M.A.), y St. Andrews (B. Phil). Ávido Estudioso del pensamiento liberal, el profesor Schuettinger fue discípulo de Friedrich Hayek en Chicago y de Sir Isaiah Berlin en Oxford.
Entre sus trabajos históricos académicos se encuentran "The Conservative Tradition in European Thought" (Putnam's, Nueva York, 1970) y una biografía de Lord Acton que publicara en 1976 la Open Court.
El profesor Schuettinger ha enseñado en The Catholic University of America, St. Andrews University y Yale University.
Fue Director de Estudios en "La Fundación Heritage" en Washington y editor fundador de su publicación "Policy Review"

Éamonn F. Butler es graduado de la Universidad de St. Andrews (Ph.D), en Escocia y ha enseñado economia en el Hillsdale Collage. Es coautor del libro "British National Health Service".


El mundo antiguo

Desde hace más de cuarenta siglos los gobiernos de todo el mundo han tratado de fijar precios y salarios. Desde los tiempos remotos, el máximo poder consistía en tener autoridad sobre las mercancías más importantes: los alimentos. La persona o clase social que controlara el abastecimiento de los alimentos esenciales, tenía en sus manos el poder supremo. Y por esto, uno de los primeros efectos derivados de un estricto control de precios sobre los productos agrícolas fue el abandono de las granjas porque ya no eran rentables. Cuando sobrevenía el fracaso, como generalmente ocurría, acusaban a sus súbditos de perversos y deshonestos, antes de reconocer la ineficacia de la política oficial. En nuestros días ocurre exactamente lo mismo.

Sumeria

En su aleccionador trabajo ¿Debe repetirse la historia? Anthony Fisher nos habla de un rey de Sumeria, Urakagina de Lagash, cuyo reinado comenzó alrededor de 2350 AC. Por los datos que han llegado a nuestros días sabemos que fue aparentemente un precursor de Ludwig Erhard (autor del milagro económico alemán), quien comenzó por abolir la carga de regulaciones excesivas del gobierno sobre la economía, incluyendo los controles sobre salarios y precios.

Un historiador de aquellos tiempos nos relata que poseemos de Urakagina uno de los más preciados y reveladores documentos en la Historia de la humanidad sobre la inquebrantable y perenne lucha del hombre contra la tiranía y la opresión. Es en este documento que encontramos por primera vez la palabra libertad registrada en la Historia.

Babilonia

Hace cuatro mil años, en Babilonia, el Código Hammurabi, el primero de los grandes códigos que se escribieron, impuso un rígido control de precios y salarios. El artículo 268 del Código a título de ejemplo dice así: "Sí un hombre ha alquilado un buey para la trilla, dará por el alquiler veinte 'QA' de trigo".

Sin duda estos controles dañaron los sistemas de producción y distribución en Babilonia. Los hechos históricos muestran un deterioro del comercio en el reino de Hammurabi y en el de sus sucesores. Esto se debió por una parte a los controles de precios y por otra a la influencia negativa de un gobierno acentuadamente centralista que intervenía en la mayoría de los aspectos económicos.

La China Antigua

En su estudio Los principios económicos de Confucio y de su escuela, el sinólogo Dr. Huangchang Chen afirma que en la China Antigua igualmente se practicaba un exagerado control gubernamental; había un jefe de comerciantes por cada veinte negocios o tiendas, cuyo deber era fijar el precio de cada artículo en base de su costo. Cuando se producía alguna calamidad como terremotos, inundaciones, etc., que reducía la oferta de productos, no se les permitía a los comerciantes subir los precios. Sí había malas cosechas de granos, por ejemplo, éstos deberían venderse al precio "natural" y si aparecía una epidemia lo mismo ocurría con la venta de ataúdes.

La India

En la India, 321 A.C. se hablaba de controlar a los comerciantes y artesanos. Un autor de la época, el filósofo político Kautilya, de gran renombre en su tiempo, recomienda el nombramiento de superintendentes para una gran variedad de actividades como venta de licores, alimentos y hasta damas para la noche; por ejemplo una cláusula que indicaba: el superintendente determinará las ganancias de cada prostituta. Esto nos da una idea de los extremos del control oficial. Luego había una nota que decía: "Belleza y talento son los únicos atributos que deberán tomarse en cuenta al seleccionar una prostituta".

Grecia Clásica

En Grecia ocurría algo parecido. La populosa Atenas estaba rodeada de muy poco territorio de modo que siempre había escasez de granos y era necesario importar más de la mitad de lo que se consumía. Por lo tanto, la tendencia natural era que el grano subiera de precio en tiempos de escasez y que bajara en tiempos de abundancia. Entonces se nombró una multitud de inspectores de granos, los sitophylaques, a fin de regular el precio a un nivel "justo" fijado por el gobierno ateniense. Ellos fueron la agencia de protección al consumidor de la Edad de Oro. El gobierno nombraba funcionarios que compraban el grano dondequiera que pudieran encontrarlo; luego hacían suscripciones públicas para reunir fondos e introducían rebajas en los precios o racionaban el producto. ¿Y que resultaba de ello? El fracaso, como era de esperar. Los comerciantes "culpables" eran condenados a muerte y el gobierno llegó a ejecutar hasta a sus propios inspectores cada vez que flaqueaban en su deber de controlar los precios. A pesar de todos los castigos se desobedecieron estas medidas y los precios del trigo siguieron fluctuando según la oferta y la demanda.
La burocracia oficial fue reguladora y explotadora del público, en vez de propiciar el desarrollo económico.

La República y el Imperio Romano

En Roma el gobierno intervenía de diversas formas. Una de las leyes más importantes de la República fue la de las Doce Tablas (449 AC), la cual entre otras, fijaba el interés máximo en una "uncia" por libra (cerca del 8 por ciento). Sin embargo, muchas veces los políticos consideraban que era muy popular perdonarle a los morosos el pago de los intereses sobre sus deudas.

Los cereales

Las leyes sobre granos tuvieron un efecto pernicioso a lo largo de la historia de Roma. Desde antes del siglo IV AC, el gobierno compraba grandes cantidades de trigo en tiempos de escasez y los revendía al pueblo a un precio fijo barato. En la época de Cayo Graco se adoptó una ley por la cual todos los ciudadanos romanos tenían derecho a comprar cierta cantidad de trigo al precio oficial que era mucho más bajo que el precio del mercado. En el año 58 A.C., se "mejoró" esa ley para que cada ciudadano tuviera derecho a obtener trigo gratis. El resultado, claro está, tomó de sorpresa a las autoridades: la mayoría de los agricultores abandonó los campos y se fueron a vivir a Roma sin necesidad de trabajar.

El Edicto Diocleciano

Como los males económicos se acrecentaban, los emperadores intentaron remediarlo devaluando la moneda. Nerón (54-68 DC) comenzó con devaluaciones pequeñas, pero las cosas empeoraron en tiempo de Marco Aurelio (161-180 DC) cuando se redujo el peso de las monedas. Estas manipulaciones fueron la causa probable del aumento de precios. El manejo irresponsable de la moneda provocó la inflación, cuando Diocleciano en su famoso Edicto (301 DC) le atribuye la responsabilidad de la inflación erróneamente a los comerciantes y especuladores. La historia se repite.

Creyendo que podía controlar por decreto la inflación, Diocleciano puso precio fijo a todas las mercancías y a todos los servicios. Este fue el objeto del Edicto y quienes lo redactaron sabían muy bien que si no lograban darle un valor universal y fijo al denario en términos de bienes y servicios (un valor que no coincidía para nada con su valor real) el sistema inventado iría hacia un colapso seguro. De allí que el Edicto cubriera todas las eventualidades y que las multas fueran muy severas, llegando incluso a la pena de muerte para aquel que vendiera sus mercancías a precios mayores que los establecidos, así como para cualquiera que las comprara pagando de más. Un dato interesante es que los maestros de retórica (que preparaban el camino para la carrera política) eran los que tenían fijado el sueldo más alto.
El resultado fue que, a pesar de la pena de muerte que amenazaba a los transgresores, los precios máximos no fueron acatados. Los posibles compradores viendo que los precios desbordaban el límite impuesto, empezaban a arremolinarse frente a los negocios y luego atacaban y destruían las instalaciones, matando de paso a sus dueños. Por su parte, la gente acaparaba los artículos hasta el día en que se levantasen las restricciones, de modo que la escasa cantidad de artículos ofrecidos a la venta provocaba un acentuado aumento de los precios. De allí que lo poco que se vendía fuera a precios ilegales y, naturalmente, en la clandestinidad. Winston Churchill afirmaría 17 siglos más tarde que quien abolía un mercado libre creaba un mercado negro.

Diocleciano, a su vez, sostenía con el mundo antiguo la perniciosa creencia en la omnipotencia del Estado; creencia que algunos teóricos modernos continúa compartiendo. Pero antes que el famoso Edicto cumpliera cuatro años, el precio del oro había aumentado un 250 por ciento en relación al denario. Diocleciano había fracasado en su intento de engañar y obligar a la gente a comprar y vender según lo indicado por el edicto. Pero el daño estaba hecho y durante ese siglo la inflación romana alcanzaría el 2.000 por ciento. Así acabó otro "bien intencionado" experimento. Diocleciano dejó de ser emperador y por el resto de sus días se dedicó al cultivo de coles y a la meditación sobre la locura y la indocilidad humana.

La Edad Media y los primeros tiempos de la Edad Moderna

En la Edad Media la doctrina del "precio justo" convirtió a la regulación de precios en un mandato religioso. Los consejeros de Carlomagno -como muchos políticos contemporáneos- no comprendían que aquellos que almacenan un producto para venderlo más adelante, aumentando sus ganancias, podrían contribuir a reducir las fluctuaciones de precios.
En Inglaterra medieval se hicieron muchos esfuerzos para regular los precios del vino y del trigo. Pero ni siquiera una ley para fijar el precio del pan, según el peso de cada pieza, pudo aplicarse en forma global, y pronto cayó en desuso.
En el siglo XVI unos malentendidos controles de la economía fueron decisivos en la suerte que confió la ciudad más importante de lo que es hoy Bélgica. De 1584 a 1585, Amberes fue sitiada por las fuerzas españolas al mando del Duque de Parma, quien quería mantener el Imperio de los Habsburgo en los Países Bajos. Lo primero que comienza a escasear en una ciudad sitiada son los alimentos, con el consiguiente aumento de precios. Los jerarcas de la ciudad reaccionaron como muchos lo habían hecho antes y también lo harían después: dictaron una ley que fijaba un precio máximo para cada artículo alimenticio, con severas multas a los transgresores. Esta política tuvo dos consecuencias: por un lado nadie quiso arriesgar que sus barcos fueran hundidos por los soldados del Duque. Al fin y al cabo ese mercado era igual a cualquier otro; y además si los precios hubieran sido atractivos, quizás alguien se hubiese arriesgado, pero como eran fijos y bajos los suplidores perdieron interés en abastecer la ciudad. Por otro lado, los ciudadanos de Amberes, seducidos por los precios bajos, consumieron más de lo razonable. Muy pronto los alimentos se agotaron, la ciudad tuvo que rendirse y los españoles entraron triunfantes.

George Washington: rectificar es de sabios

En 1777, la mayoría del ejército de George Washington se hallaba acuartelado en Pennsylvania. La legislatura de dicho estado decidió ensayar un período de control de precios, limitado a los productos necesarios para el ejército. La teoría era que esta política reduciría el gasto de suplir al ejército y aliviaría la carga de la guerra sobre la población. Los precios de los productos no regulados, la mayoría importados, subieron considerablemente. Los granjeros retenían sus productos, rehusando vender a un precio que consideraban insuficiente. Algunos que tenían familias numerosas que mantener, vendieron secretamente sus alimentos a los británicos, quienes pagaban mejor.

Después del desastroso invierno de Valley Forge, el ejército de Washington casi pereció de hambre (debido a estas leyes bien intencionadas, pero equivocadas), el experimento del control de precios fue descartado. El 4 de junio de 1778, el Congreso Continental adoptó una resolución que expresaba: "Ya que... se ha comprobado por experiencia, que las limitaciones sobre precios de los productos son no sólo ineficaces para los propósitos propuestos, sino que ocasionan consecuencias dañinas con gran detrimento de los servicios públicos y opresión gravosa de los individuos..." resolvió, "que se recomienda a los diferentes estados derogar o suspender todas las leyes o resoluciones que limiten o restrinjan el precio de algún artículo, manufactura o producto".

Cuando los controles fueron eliminados, la inflación que estaba representada, se desbordó y los precios aumentaron a ochenta veces su nivel de preguerra por un corto período, para estabilizarse luego a un nivel ligeramente por encima de los promedios de preguerra y así permanecieron durante la próxima década. Un economista contemporáneo, Pelatiah Webster, observó en 1780, al analizar los acontecimientos, que si al comercio se le deja actuar libremente, éste buscará, como la corriente de un río, sus niveles naturales.

La Revolución Francesa

La Revolución Francesa eliminó muchas de las trabas y de las disposiciones de los tiempos feudales. Durante dicha Revolución, el problema principal de Francia no eran los alimentos, sino su distribución. Como siempre, la solución de los burócratas fue remediar este mal con otro peor: la ley del "máximo" que fijaba los precios del grano por decreto en cada distrito y obligaba a además a los agricultores a recibir los famosos "assignats" (vales) según su valor nominal, como si fueran dinero constante y sonante, Pronto la cesta familiar del país más rico de Europa en esa época, quedó drásticamente reducida. Surgió entonces, como siempre ocurre, un inmenso mercado negro que desafiaba los controles impuestos por el gobierno sobre los alimentos. En contra de lo que se había pretendido, la mantequilla, los huevos y la carne se vendían de puerta en puerta y en pequeñas cantidades, a los compradores pudientes. Una vez más los controles que pretendían favorecer a los más necesitados, lograron que solamente los ricos pudieran alimentarse a sus anchas, pues lo único que se consiguió fue un aumento prodigioso del precio de los alimentos en el mercado negro.

El siglo XIX, un fracaso y un triunfo

El siglo XIX nos proporciona dos ejemplos opuestos con respecto a los controles. Por una parte el de los Estados Confederados cuando quisieron financiar su guerra civil en Norteamérica, mediante el recurso de la inflación, imprimiendo billetes: el fracaso fue total.

El ejemplo del triunfo nos señala que en 1815 se le habían impuesto altos aranceles en Inglaterra a la importación de cereales, con el fin de proteger los intereses de la nobleza terrateniente que dominaba el partido del gobierno conservador. Esto logró la alianza política de la clase media industrial con los asalariados. Si los pobres se veían obligados a gastar la mayor parte de sus ingresos en pan, no tendrían disponibilidad para adquirir los nuevos productos de la industria. En 1846 hubo que desmantelar el sistema artificial de precios de los cereales porque ante el fracaso de la cosecha de papas en Irlanda por segundo año consecutivo, la gente se estaba muriendo de hambre. Esta fue la primera gran victoria del comercio y la industria contra el proteccionismo. Los precios de los cereales, sin trabas oficiales, se mantuvieron bajos durante toda una generación y se le abrió la puerta a la gran expansión comercial e industrial de la Inglaterra victoriana.

Bengala

En 1770, en la provincia india de Bengala, fracasó por completo la cosecha de arroz y murió la tercera parte de la población. Varios investigadores atribuyen este desastre fundamentalmente a la rígida política gubernamental que procuraba mantener bajo el precio de los granos, en lugar de dejar que subieran a su nivel natural. Era claro que un aumento de los precios habría establecido un sistema de racionamiento automático, que hubiera permitido la conservación de los alimentos disponibles hasta la próxima cosecha. Sin este racionamiento, las reservas se consumieron rápidamente y millones de personas se murieron de hambre, como un resultado directo de la intervención del gobierno en el mercado.

Sin embargo, el gobierno aprendió con la experiencia. Noventa y seis anos más tarde, la provincia de Bengala estaba nuevamente al borde de la hambruna. Pero esta vez se siguió un procedimiento completamente diferente, según lo relata William Hunter: "En lugar de frenar el libre intercambio como había ocurrido en 1770, el gobierno hizo todo lo posible por estimularlo... Un gobierno que, en una época de precios altos, hace todo lo que puede por frenar la especulación, actúa tan insensatamente como el capitán de un barco zozobrado que se niega a colocar a su tripulación a media ración... En la hambruna anterior, casi no podía realizarse el comercio de granos sin violar la ley. En 1866, el gobierno al informar sobre la fluctuación de los precios semanales en cada distrito estimulaba un mejor abastecimiento en las provincias que sufrían de mayor escasez. Todos sabían donde comprar arroz más barato y donde venderlo más caro, de modo que los alimentos se adquirían en los distritos que podían prescindir de ellos con mayor facilidad, para llevarlos a los distritos que los necesitaban con mayor urgencia". La experiencia de Bengala, que tuvo dos muy malas cosechas en el curso de un siglo, constituyó un laboratorio para las pruebas de las dos políticas. En el primer caso se impuso la fijación de precios y falleció la tercera parte de la población; en el segundo caso, se permitió el funcionamiento del mercado libre y se logró mantener un mejor abastecimiento.

La Primera Guerra Mundial

En Gran Bretaña, durante la guerra, los problemas de abastecimiento provocaron que el gobierno decretara controles, creyendo que la escasez y las variaciones de precios se debían a manipulaciones que podían ser corregidas con estas medidas.

La publicación inglesa The Spectator, analizando esta situación observaba que en los tiempos de demanda creciente y de escasez de suministros, es un error impedir que los precios encuentren su propio nivel, porque éstos actúan como un sistema eficiente de racionamiento, canalizando los recursos hacia los sectores de la economía donde pueden ser utilizados con mayor efectividad.

Los precios, en situación semejante, sirven de estímulo a la producción, desalientan el consumo innecesario y tienden a superar los problemas de desabastecimiento y de penuria económica.

The Spectator, insistía "se ha dicho que los precios son menos importantes que el abastecimiento. El gobierno ha interferido en todas las direcciones posibles... el país contempla los resultados: un fracaso palpable y evidente... Ningún sector del comercio y de la economía en el cual ha intervenido el gobierno, muestra un progreso real".

Los precios son el fiel reflejo de la balanza de la economía. Si se manipulan los precios, la economía pierde su brújula: no se puede hacer un verdadero cálculo económico, ni evitar un despilfarro creciente y fatal de recursos. En ese caso, los recursos se dirigen hacia los sectores que no lo necesitan, hacia el gasto suntuario y el consumismo.

El control de precios requiere una burocracia en constante crecimiento para poder explicar las regulaciones que se multiplican, los controles que se vuelven infinitos, incumplibles, complejos e ininteligibles. El exceso de regulaciones fomenta la ilegalidad. Una ley que no se puede cumplir, provoca el desprecio por todo el sistema jurídico y la indiferencia civil. El Estado no puede supervisar y controlar cada una de las distintas etapas del proceso económico y por esto los controles de precio, aun respaldados por sanciones draconianas, en definitiva son burlados por el proceso económico y producen efectos contrarios a los que se buscan.

La Alemania Nacional Socialista

Antes de Hitler, durante la República de Weimar, ya existía un sistema legal que permitía la intervención completa en la regulación de muchos aspectos de la economía. Los sindicatos centralizados y vinculados al gobierno no fueron invento de los nazis. Sin embargo, los socialdemócratas a pesar de disponer de tanto poder, no intentaron utilizarlo en la forma antihumana en que lo hicieron los nazis. La inflación de la primera post-guerra destruyó a la sociedad alemana. Un ejemplo basta: un par de zapatos que en 1913 valía 12 marcos se vendía en 1923 por 32.000.000.000 de marcos.

Thomas Mann, famoso escritor, afirmaba "una inflación desmesurada es la peor de las revoluciones. Ninguna medida gubernamental para remediarla (restricciones monetarias, descenso de la producción, impuestos draconianos) sirven para nada. Sálvese quien pueda es la consigna, pero los que se salvan son los inescrupulosos. Las grandes masas que confiaron en el orden tradicional, los inocentes y los no especuladores, los que hacen trabajos productivos y útiles pero que no saben manejar el dinero, los ancianos que confiaron su futuro en lo que habían ahorrado, todos ellos caen en la ruina. La moral de un país queda anulada por una experiencia semejante. Se puede trazar una línea recta entre la locura de la inflación alemana y la locura del Tercer Reich. La devaluación total del marco antecedió a la descomposición real de un estado que más tarde predicaría la doctrina del espacio vital y el nuevo orden mundial. La mujer que vendía en el mercado un huevo a cien millones de marcos, había perdido ya la capacidad de sorprenderse, nada de lo que sucediera después a su alrededor por cruel e inhumano que fuera, pudo asombrarla. Durante la inflación, los alemanes se olvidaron de confiar en sí mismos como individuos y aprendieron a esperarlo todo del Estado, de la política y del destino. Los millones de ciudadanos que perdieron sus salarios y sus ahorros se convirtieron en las masas que Goebbels utilizaría. La inflación es una tragedia que convierte a las personas en seres insensibles, acostumbrados a cualquier calamidad y presos de la desesperación ante una incertidumbre cotidiana".
Si bien es cierto que la inflación es provocada por las manipulaciones irresponsables de las autoridades con la moneda, más tarde todos pagamos los efectos de la inflación.

7.000 Decretos

En el primer período de los nazis, 1933-1936, éstos dictaron decretos que prohibían aumentar los precios, regulaban las condiciones de pagos, créditos y descuentos. A los infractores se les castigaba con multas inmensas y condenas a prisión. Todos los carteles y las asociaciones empresariales tenían que registrar listas completas de los precios administrados ante el "Comisionado de Precios". El poder de este comisionado era aplastante.
Sin embargo, los nazis debieron reconocer que no podían anular todas las leyes de la economía.
El comisionado rechazaba los precios fijados, si éstos producían una utilidad al empresario mayor que el rendimiento normal de los bonos federales a largo plazo, y si engendraban una competencia excesiva entre los fabricantes. Dicho de otra manera: el control de precios al limitar la competencia no estimulaba la baja de los precios.

El "Preis-Stop", la congelación general, fijó el 26 de noviembre de 1936 todos los precios al nivel que estaban el 17 de octubre del mismo año. La congelación de precios "Preis-Stop", fue seguida por 7.000 decretos que controlaban los precios individuales de determinados productos, ordenando su aumento en unos casos, y rebajas en otros. Las consecuencias fueron inevitables: decayó la calidad de muchos artículos, surgió el trueque clandestino, prosperó un enorme mercado negro.

Y lo que es más importante: a pesar de los castigos drásticos, del temor que inspiraban los métodos nazis, la inflación no fue vencida, sino que se manifestó en nuevas formas, se ocultó dentro del proceso económico. A pesar de la eficiencia germana, las leyes de economía no se abolían por decreto. Si en una economía aumenta el suministro de dinero sin que haya esa correspondencia proporcional en el aumento de la producción general, subirán los precios o habrá escasez, lo que se manifestará en las largas colas frente a los establecimientos comerciales.

Ya prisionero, en 1946, Hermannn Goering (el responsable, entre otras cosas, de los planes económicos) habló con el corresponsal de guerra Henry J. Taylor: "Ustedes en su América están tomando una serie de medidas que a nosotros nos causaron problemas. Están intentando controlar los salarios y precios, es decir, el trabajo del pueblo. Si hacen eso, también deben controlar la vida del pueblo. Y ningún país puede hacerlo en forma parcial. Yo lo intenté y fracasé. Tampoco pueden hacerla en forma total. También lo intenté y fracasé. Sus planes no son mejores que los nuestros. Creo que sus economistas deberían enterarse de lo que pasó aquí".

Quizá nuevamente ocurra lo que siempre ocurre: los países no quieren aprender de los errores de otros y continuarán cometiendo los mismos errores, una y otra vez.

URSS: el paraíso de los controles

La Unión Soviética presentó el mejor ejemplo de cómo funciona una sociedad después de estar sometida a rígidos controles de precios. La URSS es una economía totalmente planificada, para cumplir cualquier objetivo no reparan en sufrimientos ni en obstáculos legales. Es decir, es el paraíso de los controles, de la planificación totalitaria. Pero aun así los comisarios planificadores enfrentan una tarea realmente formidable. Más de diez millones de precios diferentes son fijados por el Estado Soviético.

Mientras en una economía occidental el éxito de una política económica se juzga por su capacidad para satisfacer al consumidor, en la URSS, por el contrario, éste sería un criterio errado, porque lo que se busca son los objetivos de los planificadores, objetivos que no se logran. Michael Jefferson apunta en su libro “Inflación” que el costo de vida para el trabajador soviético urbano aumentó en un 65 por ciento entre 1927 y 1937, mientras que los salarios reales descendían en un 50 por ciento. Los aumentos de precios ocurrían a pesar de las promesas de los sucesivos planes quinquenales. Ocho veces se expandió también el circulante entre 1929 y 1941.

Quienes sostienen la tesis de la inflación reprimida señalan la presencia generalizada de colas, mercados "paralelos", intercambios ilegales, contrabandos y robos que se han extendido de tal forma que llegaron a institucionalizarse, involucrando virtualmente a todo ciudadano soviético en estas actividades.

Alquileres controlados en la post-guerra.

Los gobiernos tienen tres razones para controlar los alquileres. La primera es el temor de que los que puedan apoderarse de todas las viviendas dejaran sin techo a los pobres. La segunda es que los propietarios obtengan demasiados beneficios de los alquileres y tengan la posibilidad de aumentarlos a su gusto. La tercera es que los aumentos de los alquileres producen una forma de inflación y que, por lo tanto, no deben ser permitidos. La única solución para la escasez de viviendas es la construcción de nuevos edificios y casas, pero nadie piensa en construir para alquilar, si el control de alquileres impide una utilidad cónsona con la inversión y los riesgos.

Con respecto a la inflación que supuestamente producen los alquileres altos, conviene aclarar que no se pueden mantener los precios bajos en una economía a través del simple sistema de eliminar productos del mercado, y esto es lo que hace el control de precios. Cuando los dueños de viviendas no obtienen un margen adecuado de ganancias, intentan hacinar inquilinos en poco espacio y le "buscan la vuelta" para escapar de las restricciones. Los propietarios no tienen mayor interés en alquilar sus viviendas, debido a que difícilmente pueden luego recuperar las mismas. Hay ejemplos bien conocidos del deterioro dramático de las ciudades por los controles ruinosos de los alquileres.

La regulación de alquileres se estableció en la ciudad de Nueva York en noviembre de 1943. Esta regulación de alquileres, le ha ocasionado a la ciudad de Nueva York, los siguientes perjuicios: abandono y posterior destrucción de 30.000 viviendas al año, conflictos de clases. Se estima también la evasión de impuestos sobre la propiedad en el período fiscal 1974-75 en 200 millones de dólares.

Otro ejemplo dramático es el del incendio de San Francisco, después del terremoto del 18 de abril de 1906, cuando 225.000 personas quedaron sin hogares. Posteriormente las autoridades tuvieron la previsión de no establecer un control de alquileres, y al poco tiempo sorpresivamente abundaban las viviendas, incluso aquellas destinadas a las clases menos favorecidas de la población.

La confesión de un Superintendente de Precios

En la revista Business Week del 16 de julio de 1979, C. Grayson Jr., Presidente de la Comisión de Precios entre 1971 y 1973 ha relatado su experiencia al frente de este experimento del gobierno norteamericano en regulación de precios, varios años después que este sistema de Nixon fuera abolido. Él afirma textualmente: "Desde un punto de vista económico los controles son un desastre. Como Presidente de la Comisión de Precios conocí esto de cerca. Después de una etapa inicial positiva, la inevitable erosión del sistema comenzó. No importa cuán buenas sean las intenciones, ni el empeño que se ponga, o qué modelos se empleen, o de qué forma ingeniosa se conciban las regulaciones, los controles nunca manipulan eficientemente las millones de decisiones que se hacen diariamente en el mercado para ajustar las cambiantes condiciones de la oferta y la demanda. Los controles no eliminan la escasez o la inflación, al contrario, aumentan tanto a la una como a la otra".

En su articulo comenta la escasez de gasolina en los Estados Unidos por esa época, afirmando que la OPEP no era el verdadero culpable de esta situación sino el propio país al haber olvidado aplicar los principios de la economía de mercado, pues los verdaderos milagros económicos que siguen a la liberación de la economía no son tales milagros, son simplemente el fin de la parálisis económica y del desorden provocados por los mecanismos de control excesivo. El retorno a la economía de mercado siempre trae como consecuencia la prosperidad.

C.J. Grayson, resume así las razones por las cuales los controles interfieren negativamente hacia una economía centralista.

1.- Los controles provocan una distorsión en el mercado porque precios mantenidos artificialmente bajos desestimulan la expansión de la producción, fomentan los mercados negros y eliminan a los productores marginales (aquellos que antes podían competir a pesar de tener costos algo más altos que la generalidad). Ante tales distorsiones y manipulaciones oficiales, los inversionistas no pueden invertir en forma racional, lo cual se traduce en desabastecimiento. Los controles iniciales al causar escasez provocan nuevos controles para tratar de evitarla.

2.- Los controles atacan el principio de rentabilidad, en el cual necesariamente se basa la empresa privada. Se sugiere que los vendedores pueden ser más patriotas, bajando sus precios de venta, pero son exactamente las utilidades lo que atrae a nuevos inversionistas y la mayor competencia es lo único que realmente haría bajar los precios.

3,- Los controles engendran la pasividad y matan la iniciativa. Si los precios y la rentabilidad no dependen de la eficiencia de la firma sino de disposiciones oficiales, la motivación empresarial por servir mejor las necesidades del consumidor desaparecen y sus esfuerzos se dirigen hacia la obtención de beneficios que sólo pueden ser otorgados por los funcionarios públicos, abriendo las puertas a la corrupción.

4.- Los controles atacan los síntomas y no las causas de la inflación. Los problemas básicos tales como políticas fiscales y monetarias erradas, productividad deficiente y restricciones a la competencia son ignorados al pensar que con los controles se puede curar la inflación.

C.J. Grayson termina diciendo que afortunadamente los controles de precios se logran mantener en vigencia por períodos de tiempo relativamente cortos, porque la evidencia histórica indica que cuando los controles son efectivos, le causan severos y algunas veces daños permanentes a la economía nacional.

Los controles de precios para los patrones reducen las ganancias en función de los salarios pagados y equivalen a aumentos en los salarios reales. Por lo tanto, se produce un clima conducente a que los patrones reduzcan los niveles de empleo. Los obreros menos calificados son los primeros en perder su empleo, exactamente la clase de ciudadanos a quienes los controles de precios pretenden beneficiar.

Los controles de precios afectan negativamente también a las empresas del Estado, cuyas pérdidas se tienen que reponer a través de aumentos en los impuestos y en nuevos préstamos conseguidos por el gobierno. Ambas condiciones sirven sólo para aumentar la inflación y continuar el círculo vicioso.

Bibliografía

• SCHUETTINGER, Robert L.; BUTLER, Éamonn F., Cuatro mil años de control de precios y salarios: Como no combatir la inflación. Buenos Aires. Atlántida. 1979.

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